lunes, 28 de octubre de 2013

28 DE OCTUBRE

No me cuesta demasiado imaginarte hace años...

En alguna verde campiña, o a la orilla del río. Riendo y saltando entre ramas, árboles, rodeada de toda clase de pequeños seres juguetones.

En libertad.

Sobre todo, libertad de pensamiento, porque la naturaleza, en cierto modo, es justa. No se entromete.

No te pone zancadillas. Te trata como la tratas. Si plantas algo y lo cuidas, normalmente da sus frutos.

Si tratas bien a un animalito, él te devuelve cariño y fidelidad..... o se convierte en un rico alimento.

Si cuidas el río, fluye cristalino, riega tus campos y refresca los veranos abrasadores.

Las piedras no te atacan, se dejan ver y, si sabes gestionarlas, se pueden convertir en sólidos muros protectores, fuentes, pozos, hogares….

Todo es, en cierto modo, justicia, solidaridad, colaboración para el mutuo bienestar (que no beneficio).

Y esos son los valores que la naturaleza te enseña.

Honradez, integridad, rectitud, dignidad, bondad, conciencia, desinterés, desprendimiento, decencia, moderación, honor, compostura, solidaridad, modestia....

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Cuidar a las personas y a las cosas con mimo, sabiendo que cada pertenencia es un fruto único de un árbol que se puede agotar.

Sabiendo que, en el fondo, todo lo que se nos da son regalos inmerecidos, y que debemos hacernos dignos de cada cosa que se nos otorga, sea material o inmaterial, sea una planta, un coche, un viejo reloj o una amistad. 

Todo hay que dignificarlo, porque no existe motivo real para que no se lo den a otro en nuestro lugar. Son regalos.

Y yo soy perro viejo a la hora de mirar en unos ojos desamparados que necesitan el refugio de nuevas ilusiones. 

Quizá por mis raíces, arraigadas en la tristeza de dejar el hogar buscando un futuro para los tuyos. Porque desde muy pequeño vi esa expresión en la mirada de mis abuelos y padres, que, al fin y al cabo, casi nunca estuvieron donde les gustaría estar, pero aun así, seguramente desgarrados en su alma, se mantuvieron fuertes para que yo creciese ajeno a las penas, al dolor.......manteniendo intactas las ilusiones de que siempre iba a poder con todo. 

Con todos.

..........

Yo me encontré con tu mirada, justo cerca de estas fechas, hoy hace 14 octubres.

Ni lo buscaba, ni mucho menos, lo merecía.

Simplemente pasó.

Ese día, tras nuestra primera breve conversación en la sala de una vieja universidad, entre gente que se volvió invisible, mi vida se acabó tal y como la conocía.

Y en días posteriores, en cada clase, en cada café, en cada conversación que cada vez se extendía un poquito más, me di cuenta de que tu campiña era mi mar, y tus ilusiones por la vida y el futuro eran las que yo tuve alguna vez de niño y que la maldita ciudad y su sociedad del "yo más que tú" poco a poco me estaban arrebatando, mientras me infectaban esas enfermizas ansias de medraje material, impersonal, y vacío.

De repente el aire fresco me golpeó en la cara, y me recordó que vine a la vida a vivir.

Tú no lo sabes, o no lo crees, pero, para bien o para mal, a tu lado me he ido convirtiendo en lo que soy.

Porque tu sonrisa y tu alegría son mi alimento.

Porque nuestra inocencia nació de la misma naturaleza.

Porque el mundo me estaba engullendo y tú no lo permitiste.

Siempre te digo, cuando me preguntas con ojos ansiosos de soluciones mágicas, que lo que me hace ser fuerte es que en realidad nada me importa demasiado.

Y si me paro a pensar, creo que te miento un poco. Porque, en realidad, casi nada me importa demasiado desde que estás en mis días y mis noches.

Y lucharé cada día para seguir siendo digno y merecedor de tu amor incondicional. Porque lo siento cada segundo, cada milésima.

El de verdad, no el amor de los gestos o los detalles.

El que se ve cuando te despiertas y me descubres a tu lado.

El de descubrirte observándome cuando no  me doy cuenta.

El que no se puede disimular.

El de seguirme al fin del mundo desde hace años.

El de sentir que, haga lo que haga, subirás conmigo al caballo sin preguntar por qué, ni a dónde, ni para qué demonios...

Yo solo tenía una ilusión en esta vida, y era la de vivir una gran historia de amor.

Una ilusión que llegué a pensar que era una utopía, un cuento. Algo que no era para mí.

Y tú eres esa gran historia. Mi historia. Mi gran regalo.

Podría estar escribiendo horas (igual que hablando, sé que lo sabes), pero pasaría este día, en el que aunque sé que me dijiste que no es necesario, quiero hacerte un regalo.

Confieso que no sé cómo acabar.

E intuyo que es porque no quiero que termine nunca….



martes, 22 de octubre de 2013

EL SACO



Siempre quise tener un saco de boxeo.

Como mucha gente, supongo.

Es curioso la cantidad de veces que he oído esa frase. Para el estrés, dicen…

Bien mirado es ideal, llegas a casa o a donde quiera que esté el saco, después de un duro día de trabajo y de mierdas de aguantar gente y vas y revientas al saco a ostias.

Y va el saco, el muy gilipollas, y a cada leche que le das, se aleja para luego volver mansamente hacia ti para que le vuelvas a dar de lo suyo.

Y cuanto más le das, más va y viene, va y viene, en una especie de  baile grotesco.

Y así un rato cada día, cuando te apetece…

Cuando lo decides tú, porque el saco, piensas, no tiene sentimientos. Y además, si los tuviese, tampoco se queja y, cada vez que vuelves, ahí está, igual que el día anterior, y el otro y el de más allá.

….Esperando a que lo golpees. A que vuelques sobre él todos tus problemas y frustraciones.

Y como es un saco, ¿por qué no?, también descargas sobre él tus miedos y tus odios….Ya que estamos, toda la porquería y miseria que te sobre. Porque él todo lo absorbe.

Y  no se queja.

Y vuelve…

Si esto fuese una fábula, ahora vendría la moraleja....

Es decir, que si un día el saco se rompe... que si establecemos una hábil metáfora para compararlo con las personas que no cuidamos..... que si una lección de vida….

Pero no.

No es una fábula ni un cuento.

El saco sigue ahí. Para que le des de ostias a diario.

Y si se rompe, te buscas otro y lo sigues reventando.

Porque es un saco, y es para lo que vale.