Siempre quise tener un saco de
boxeo.
Como mucha gente, supongo.
Es curioso la cantidad de veces
que he oído esa frase. Para el estrés, dicen…
Bien mirado es ideal, llegas a
casa o a donde quiera que esté el saco, después de un duro día de trabajo y de
mierdas de aguantar gente y vas y revientas al saco a ostias.
Y va el saco, el muy gilipollas,
y a cada leche que le das, se aleja para luego volver mansamente hacia ti para
que le vuelvas a dar de lo suyo.
Y cuanto más le das, más va y
viene, va y viene, en una especie de baile
grotesco.
Y así un rato cada día, cuando te
apetece…
Cuando lo decides tú, porque el
saco, piensas, no tiene sentimientos. Y además, si los tuviese, tampoco se
queja y, cada vez que vuelves, ahí está, igual que el día anterior, y el otro y
el de más allá.
….Esperando a que lo golpees. A
que vuelques sobre él todos tus problemas y frustraciones.
Y como es un saco, ¿por qué no?, también descargas sobre él tus miedos y tus odios….Ya que estamos, toda la porquería y miseria que te
sobre. Porque él todo lo absorbe.
Y
no se queja.
Y vuelve…
Si esto fuese una fábula, ahora
vendría la moraleja....
Es decir, que si un día el saco se rompe... que si
establecemos una hábil metáfora para compararlo con las personas que no
cuidamos..... que si una lección de vida….
Pero no.
No es una fábula ni un cuento.
El saco sigue ahí. Para que le
des de ostias a diario.
Y si se rompe, te buscas otro y
lo sigues reventando.
Porque es un saco, y es para lo
que vale.

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